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La guerra en el cuerpo, su furia en la piel.
Entre aquello que en realidad fue y lo que pudo haber sido, Catalina de Erauso forjó su propia leyenda. La de una mujer que, como pocas, se animó a transgredir en el siglo XVII cualquier tipo de orden, incluso el que le imponía su propio cuerpo.
Hija de una acomodada familia de San Sebastián, la menor de seis hermanos, a los cuatro años fue internada en un convento de dominicas. De inmediato, su rebeldía y su intransigencia se hicieron carne. A los quince huyó, se dio a la fuga, salió al mundo. Y decidió vestir ropas de hombre, vivir su vida como un varón. En adelante, nada de lo humano le fue ajeno. La furia y la guerra marcaron tanto su piel como cada uno de sus días. Con su identidad apócrifa viajó sin rumbo. Cruzó el Atlántico y luchó y mató por su rey, pero también por ella misma. Vio a la muerte a los ojos no una sino cien veces. Prófuga y encendida, buscó la paz y no encontró más que arrebato adonde fuera que sus tormentas la llevaran.
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La guerra en el cuerpo, su furia en la piel.
Entre aquello que en realidad fue y lo que pudo haber sido, Catalina de Erauso forjó su propia leyenda. La de una mujer que, como pocas, se animó a transgredir en el siglo XVII cualquier tipo de orden, incluso el que le imponía su propio cuerpo.
Hija de una acomodada familia de San Sebastián, la menor de seis hermanos, a los cuatro años fue internada en un convento de dominicas. De inmediato, su rebeldía y su intransigencia se hicieron carne. A los quince huyó, se dio a la fuga, salió al mundo. Y decidió vestir ropas de hombre, vivir su vida como un varón. En adelante, nada de lo humano le fue ajeno. La furia y la guerra marcaron tanto su piel como cada uno de sus días. Con su identidad apócrifa viajó sin rumbo. Cruzó el Atlántico y luchó y mató por su rey, pero también por ella misma. Vio a la muerte a los ojos no una sino cien veces. Prófuga y encendida, buscó la paz y no encontró más que arrebato adonde fuera que sus tormentas la llevaran.
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